domingo, mayo 13, 2007

El tono

Como gimientes ballenas en medio de los océanos se desplazan los jóvenes por las calles de las ciudades con su móvil en la mano dando tonos a sus amigos, para que todos sepan, que aún caminan, y que mientras caminan los recuerdan.
La poesía lo invade todo, nada se le resiste, quién podría augurarle futuro cuando la margarita del antiguo: me quiere no me quiere, fue desplazada por un pequeño aparato electrónico que no cesa de emitir señales que buscan desesperadamente un interlocutor al que anunciarle que está en tu memoria, que pese a que quizá no has hablado con el en meses, lo sigues teniendo presente.
En la otra dimensión el receptor del mensaje debe respetar la regla no escrita, no responder, comprobar simplemente el número del emisor para saber quien le saluda, quien le recuerda.
La emoción, debe imponerse a la frialdad del complejo instrumental electrónico que hoy ha colonizado nuestras vidas, siguiendo las consignas de un mundo entregado a la fascinación que nos produce ese afán desmesurado por romper barreras, por ir más allá en todos los ámbitos de la investigación científico-técnica.
Las herramientas no nos hacen mejores, pero si más eficaces, eso es un hecho incontrovertible, como también lo es su implicación claramente mercantilista que convierte a todos estos instrumentos en artículos de lujo capaces de generar importantes beneficios a aquellas empresas que los comercializan y explotan. Y como es así, se pierde en ellos cualquier atisbo del generoso reto que mueve casi siempre al inventor a investigar y crear nuevas herramientas, y pasan a ser meros productos comerciales que desplazan a los antiguos medios, en este caso, de comunicación, para asentarse ellos. Y lo consiguen con facilidad, por su versatilidad y eficacia, pero son caros y no accesibles a todos, aunque por su proliferación no lo parezca. Y es por ello que el joven inventa fórmulas para hacer uso de él sin soportar el alto coste que supone su utilización. Y qué mejor que ese sistema, el del tono, un pitido, una nota, una señal electrónica que junto a millones de otras que al igual que ellas buscan el receptor elegido, cruzan sin perderse ni mezclarse, calles, ciudades, parques, llanuras y desiertos, para llevar inscrito en un número el aliento de quien te recuerda quizá a deshoras.
Un tono que da el tono de los tiempos que son, en los que el tiempo ha ganado definitivamente la partida al espacio en la escala de valores. Ya no hay distancias, tampoco tiempo. Ahora el tiempo es la sal, es el oro, es el diamante, es la materia inmutable de la que están hechas todas las casas, hasta las más íntimas, hasta las que nacen del alma y son para el alma.
Hoy, todo está a un paso, todo a un tono, pero no tenemos tiempo porque ese paso y ese tono tienen un precio tan elevado que el darlo nos exige entregar nuestro tiempo. Por ello debemos burlar las normas y conformarnos con una señal que no es más que un gemido que busca romper la soledad con que nos humilla este tiempo sin espacio ni tiempo.
Cómo vas a enviar una carta, si tienes el correo electrónico, si puedes hablar y ver a tu interlocutor en tiempo real, como puedes no caer fascinado por la eficiencia de vertiginosa paloma mensajera de las nuevas herramientas de comunicación. No puedes, sencillamente no puedes, y como es así, que mejor que adaptarse y buscar fórmulas imaginativas para decirle al otro aunque sea en un tono que no lo olvidas, que está en tu memoria.
Es verdad que se están acortando las palabras, que nuestro nombre se pierde en una fría cifra, que la conversación desaparece a pasos agigantados, pero mientras perviva la necesidad de comunicarnos, de hacer saber a los demás que vivimos y que en gran medida lo hacemos por ellos, habrá esperanza, sabremos que no estamos vencidos, que la herramienta no se ha constituido en la razón última de comunicarnos. Por eso me emociona, el tono, porque es una forma imaginativa y revolucionaria de exigir el derecho que tenemos a comunicarnos. Una forma de rebelarse contra los mercaderes que no respetan una de las más hermosas cualidades que adorna al ser humano, como es la comunicación.
Que no quede pues nadie sin su tono, para que nadie se sienta olvidado en medio de esta marea de soledad y egoísmo que nos aqueja y que amenaza con hacer de nosotros, islas en medio de islas.
El universo no es al fin y al cabo sino un inmenso sistema de señales, de tonos que anuncian que alguien en algún lugar nos tiene presentes, y lo que es más importante, que guarda de nosotros, memoria.


2 comentarios:

Marguita dijo...

15 días sin móvil pueden hacer que cuaquier persona acabe loco o que decida no volver a depender jamás. Por suerte esta segunda opción era la mía tras volver de campamento en verano. Por desgracia, ahora, vuelvo a depender de él, no de sus sonidos y de sus atenciones sino de su capricho para poder sólo utilizarlo cuando quiera él. Y es que de abandonarlo mi movil decidió cobrar vida propia para que volviese a depender de él.
Ten cuidado y tratalo con dulzura o se vengará.

Manu dijo...

Yo lo trato con dulzura, pero en semana santa me dío un aviso de que no debo olvidarlo :p. Estuve 5 días sin tocarlo y al 6 lo necesitaba, al querer encenderlo mi sorpresa fue mayúscula porque se me habia bloqueado la tarjeta SIM. Definitavamente hay que cuidarlos si queremos usarlos, eso sí te doy toda la razón en que la vida sin ellos sería basante mejor.

Un besazo!!